En los últimos 30 años el país ha tenido una evolución relevante. Es un error negarlo. He tenido la oportunidad de estar aquí y vivir este periodo directamente. En algunos momentos, han sido años muy ideologizados y de mucha polaridad. Estoy convencido que no se puede analizar todo lo sucedido, sin tener en consideración ese contexto y no tengo dudas que hemos logrado dar un gran paso adelante.

A lo largo de estos 30 años el país avanzó. Consolidó su condición democrática y, junto con sanear su economía, la desarrolló, permitiendo –entre otras cosas- reducir la pobreza desde el 50% existente hace más de tres décadas a un 10 % en la actualidad. Sin duda un logro importante, con una economía que creció y que permitió que muchos chilenos mejoraran su nivel de vida.  Es por eso que son muchos en el mundo, los que lo han visto y destacado, cosa que no podemos soslayar.

El de hoy es otro Chile. De hecho, para analizar nuestro estatus, nos comparamos con las economías desarrolladas sin que nosotros lo seamos. Sin embargo, esto nos parece bien, en el claro entendido que no se pierda de vista que a nuestra economía le falta mucho para alcanzar ese estándar. No se trata sólo de recursos materiales o niveles de ingresos, también es un tema cultural y valórico.

Es claro que no se pudo hacer mejor y que en estas tres décadas, no se logró incorporar acertadamente lo que el país reclama hoy. Probablemente, en los últimos años se pudieron incorporar muchos avances que entregaran mejores condiciones a muchos. No creo que haya sido ceguera, sino que fue debido a las condiciones que permiten madurar los procesos.

Durante estos días la ciudadanía exige un cambio categórico. La gente alzó su voz para hacer saber que el beneficio económico no les llega a todos. Ha llegado el momento de que todos nos aboquemos a ello sin descanso.

Hoy se requiere priorizar, planificar y resolver las materias que permiten mejorar el nivel de vida de los chilenos. Sólo a modo de ejemplo, el ingreso mínimo, el tema de las pensiones, el acceso oportuno a la salud, la tarifa de los servicios básicos, el precio de los remedios, el costo de las carreteras y otros más.

Se requiere también de un cambio valórico. Uno que permita habitar una sociedad justa, honrada y honesta, donde nuestras prácticas sean definitivamente de un estándar más ético. Urge que el respeto lo practiquemos todos, aceptando las diferencias y buscando los grandes acuerdos. 

Debemos terminar con las actitudes descalificadoras que podemos ver en todos, sin excepción. Es hora de construir verdades compartidas e imparciales, porque la verdad del país no es propiedad de nadie. Es momento de participar y aportar nuestros puntos de vista. 

En definitiva, hoy necesitamos liderazgos y empatías que estén a la altura de la etapa que vive este Chile, pero entendiendo que la violencia, la destrucción y el abuso, no pueden estar presentes para alcanzar el país que todos queremos.