La semana anterior reflexionaba sobre la motivación como fundamento de los resultados, tanto en la gestión de la seguridad como de la empresa. Como todas las semanas, muchas personas reaccionaron con sus comentarios y aportes que enriquecen significativamente lo que uno es capaz de expresar.

 

Uno de los tantos comentarios, y que agradezco infinitamente, me planteaba sobre la importancia de la automotivación y la necesidad de discutir, reflexionar y avanzar sobre ese punto en la gestión de la seguridad.

 

La automotivación es una habilidad fundamental. Nos lleva a influir en nuestro propio estado de ánimo, tal como un motor potente que nos impulsará constantemente hacia adelante para realizar esfuerzos extraordinarios, logrando así un determinado objetivo o meta de manera precisa y efectiva.

 

Ese motor tiene que ver con el propósito y que es muy diferente al objetivo. No siempre sabemos diferenciar estos dos conceptos. El objetivo tiene que ver con el logro inmediato que se está buscando; el por qué hacemos una tarea. En cambio, el propósito tiene que ver con el para qué la hacemos; es decir, lo que subyace, aquello que motiva a las personas a trabajar día a día y que puede ser el desarrollo personal, el profesional o la calidad de vida de su familia o de sí mismo.

 

Desde esa perspectiva, la automotivación tiene que ver con la responsabilidad, el compromiso y la convicción de cada personal. Al igual que el autocuidado, debe ser parte de la responsabilidad de cada uno y forma parte de los deberes en el trabajo.

 

Así entonces, gestionar la seguridad, como también el alcanzar mayores niveles de productividad, calidad o excelencia en una empresa, tiene que ver con el cómo lograr incorporar la automotivación en la cultura de la seguridad y, por ende, en las tareas que se realizan.

 

Es desde ahí donde radica la importancia de la comunicación en los equipos de trabajo, en los cuales deben incentivarse los diálogos positivos, donde se destaquen las habilidades de cada cual, y se reconozcan las actitudes, las conductas y los trabajos bien realizados.

 

También contribuye a esto la buena planificación, ya que se generan certezas de lo que se espera de cada trabajador, se organizan las tareas de acuerdo a los conocimientos y habilidades de los integrantes de un equipo y existe una evidencia medible de cuándo las cosas están bien hechas; lo que debe traducirse en un reconocimiento permanente.

 

Pero, por sobre todo, en todo momento debe estar presente el propósito.  Incentivar siempre que las conversaciones se centren en conectar a las personas con el sentido y el fin último del para qué lo están haciendo. Es decir, que siempre se entienda que la seguridad es un valor, porque al asegurar la integridad de las personas, lo que se está haciendo es garantizar que los propósitos de nuestras vidas y de nuestro trabajo es posible cumplirlos.

 

Alex Acosta M. 

Presidente Ejecutivo.