En las últimas semanas algunos analistas han empezado a hablar de la guerra comercial entre China y Estados Unidos como una nueva “guerra fría”. Hoy no vemos aviones descargando sus bombas o misiles sobre ciudades, ni el despliegue de grandes flotas navales a la zona del conflicto. En un mundo globalizado no hay zonas geográficas de conflicto. El campo de batalla es en la economía y, específicamente en el comercio, impactando a todo el mundo que funciona en base a una economía globalizada.

Lo que estamos viviendo hoy es una guerra por el liderazgo y el poder económico mundial. Por una parte, los asiáticos han incentivado su desarrollo y crecimiento a través de un fuerte apoyo estatal a su actividad empresarial, que le ha permitido instalar varios de sus productos y sus marcas a la vanguardia mundial. Los norteamericanos, por su parte, con la llegada de Trump al poder, han respondido con la imposición de aranceles adicionales como una medida protectora de los productos y productores norteamericanos.

Como toda guerra con impactos globales, resulta difícil que los países se mantengan neutrales. El caso de Chile no es distinto y tiene una difícil decisión por delante. Mientras su comercio con China supera los 40 mil millones de dólares anuales, el intercambio con Estados Unidos alcanza a los 24 mil millones. Cifras que permiten dimensionar la magnitud del problema y la necesaria habilidad que debe tener nuestro país para transitar en este conflicto.

Entonces, pareciera que la opción de nuestro país debiera ser la misma de los últimos 30 años; mantener las relaciones con ambos países y con el mundo en general e ir analizando caso a caso la mayor conveniencia. Esto implicará ganancias y pérdidas, sin duda, pero lo importante será el resultado neto.

Pero la decisión del camino a seguir no puede depender de un gobierno. Debiera ser decisión de los distintos actores, logrando acuerdos que permitan valorar y proteger la economía nacional, es decir, a lo menos algo del camino que están siguiendo estas grandes potencias, fortaleciendo lo nacional.

A modo de ejemplo, debemos fortalecer la empresa nacional. No se trata de proteccionismo. De lo que se trata es que cuando una empresa nacional es capaz de entregar un producto o servicio en igualdad de condiciones que una oferta foránea, la decisión debiera ponderar más la oferta nacional. ¿Por qué? Claramente porque el productor nacional entiende mejor la cultura, su responsabilidad social empresarial se verá reflejada en nuestro territorio y comunidades, desarrolla nuestros talentos y la innovación y, lo más importante, nos hará más competitivos y las utilidades serán reinvertidas en Chile, generando un ciclo de mayor virtuosismo para el desarrollo.

Lo que vivimos es un tema país y requiere de soluciones que involucren a todos con una visión única de todos los actores. Esa es la magnitud de nuestro problema.

 

Alex Acosta M.

Presidente Ejecutivo Schwager Service S.A.