Lo fundamental en el momento que vive nuestro país es lograr tener un diagnóstico claro. Sólo después de eso podremos implementar soluciones que, efectivamente, nos permitan recuperar el camino al desarrollo.

Puede resultar extraño leer lo anterior, sobre todo cuando existe tanta violencia en las calles; pero ese es el norte que no debemos perder. Si nos extraviamos en ese objetivo, lo que sucederá es que el largo camino y el gran esfuerzo que hemos desarrollado por años los chilenos, simplemente no habrá tenido sentido.

No cabe duda que resolver el tema de la violencia resulta indispensable, perentorio. Pero, ¿que lo hace tan difícil? ¿qué ha hecho que esa violencia sea tan tenaz? ¿por qué no se logra controlar la escalada de vandalismo? Precisamente un buen diagnóstico de lo que está ocurriendo, que incluya un análisis de ese gamberrismo, es indispensable para encontrar la solución.

Sin embargo, la búsqueda de este diagnóstico se complica de manera significativa con el enorme nivel de polarización que hoy divide a los chilenos. A mi entender, esto se produce porque perseveramos en analizar la problemática de hoy con una mirada exacerbada y sobre ideologizada y, peor aún, con los códigos y los sucesos que nos marcaron en la medianía del siglo XX. Es por eso que la mayoría de los análisis y debates sobre lo que estamos viviendo, recurren al Chile de esos años.

Éste es un grave error. No podemos analizar lo que ocurre en el siglo XXI con los hechos que marcaban la vida del siglo pasado. Ya que eso, precisamente, incrementa la división entre chilenos y, lo que es aún más grave, distorsiona cualquier diagnóstico que se quiera realizar.

Lo que los chilenos buscan es mejorar su calidad de vida y recibir un trato digno en su cotidianeidad. ¡No puede ser tan difícil entender esto! Sin embargo, la distorsión a la que me refiero en el párrafo anterior, dificulta la comprensión del camino a seguir. Esto no se trata de una pugna ideológica, sino que de una aspiración necesaria de entender.

Nuestro sistema y el criticado modelo, deben responder a las legítimas aspiraciones de las personas. Éstas se centran en mejorar su diario vivir y construir sus relaciones cotidianas como miembros de una misma nación. El chileno, de la misma forma que todos los seres humanos, necesita orientación, necesita cobijo, necesita tolerancia, necesita ser escuchado.

No tengo ninguna duda de que la violencia debe terminar. Más aún, debe ser condenada con toda la fuerza y sin ambages. La violencia simplemente no conduce a nada. Junto con erradicarla, debemos entender que es imperioso reparar el problema de fondo que tenemos en Chile. Para eso necesitamos mejorar la calidad de vida y dar dignidad a todos los chilenos.

Alex Acosta M.

Presiente Ejecutivo